miércoles, 16 de septiembre de 2009

Otra vez Violeta que ahora se arrepiente y llora por mail. Que cómo no le respondí, que cómo no lo hablo. Soy culpable, desconsiderado. Les recuerdo: no respondí un mail en el que decía que no quería que hablemos más. Pongo responder. Escribo, borro, escribo. Guardo en borrador. Me voy a correr.
Vuelvo. En el contestador, un mensaje de la madre del chico de la última fiesta. Apura con la edición. Edito. No envío el mail.
Recorto partes de la fiesta: miradas fulminantes de los padres. El momento, qué horrible momento, cuando el pibe los llama a encender “esta, mi última vela”. Qué humillación. Los tres posan para la foto, la madre rompe en llanto. No lagrimea (lagrimear lagrimean todos). Ella explota. Llora. Abraza al hijo. El padre no sabe qué hacer. Mira a un costado, saluda a una mesa, quizá a alguien que se va. La madre se acerca al tipo, sigue llorando, le dice algo y él la abraza. Le da unas palmadas en la espalda. Él es un gordo desagradable. A ella se le notan los años. Que un hombre le diga a una mujer “bueno, bueno” con palmaditas en la espalda… así se trata a un perro, o a una mujer que no te gusta nada, o que dejó de gustarte, o que te arruinó la vida (ésta seguro que le arruinó la vida). Y pienso: cuántos años y cuántas cosas tienen que pasar para pasar de abrazar a tu mujer en la cama al final de un día difícil, a darle unas palmadas en la espalda cuando llora en el bar mitzva del hijo en común. Nico diría que soy un sensible. Son las cosas que endurecen, no que te hacen sensible. Estas fiestas endurecen. Son alta dosis de pesimismo.
Voy a borradores. Abro el mail a Violeta. Lo borro. Pesimismo punk.

No hay comentarios: