domingo, 18 de octubre de 2009

Violeta llegó el viernes y lo primero que hizo fue preguntarme si estaba con alguien. Me descolocó. Me la quedé mirando. Le dije que no tenía nada que ver esa pregunta y ella que sí tiene que ver, que si tengo una novia se lo diga. Le dije que no tenía una novia. Pero salís con una chica, dijo. No. Sí. No-Sí durante unos minutos o segundos, no sé. Qué decís, cómo sabés. Lo estás aceptando. No, y basta de acusaciones. No llegábamos a ser ni una escena para cine. No cotizábamos. Éramos dos personajes de serie nacional, de los noventa, tipo Montaña Rusa. Una de esas berretadas.

Te vi. Me dijo. Ahí me quedé. Te vi. Te vi. Te vi. Lo dijo tres veces. Medio lloraba medio gritaba pero en voz baja. Susurraba gritos, como queriendo que no se escuche pero que se entiendan los alaridos. Me viste qué. Violeta dijo que me vio en la puerta de mi casa, saludando a una chica con un beso. La despedías. Le habías bajado a abrir, o algo. Decía que había pasado a buscar algo, en esos días en que todavía tenía cosas en mi casa. Era la mañana y ella, la chica, se iba.

Le pregunté por qué no vino en ese momento a decirme algo. Me dijo que era un bestia. Sos un bestia, Julián. Que se fue a llorar por ahí. Que qué me iba a decir. Para qué me lo decía ahora, entonces, no sé. Me dijo que se sentía decepcionada, que le había fallado. Le expliqué, sin sentido, para continuar la escena berreta en ese registro pedorro de la televisión, que nosotros ya estábamos separados hacía tiempo, que ella bla bla bla. Toda la historia. Yo pensé que todavía éramos compañeros, dijo. Lo escribo y pienso ahora: andá, loca. Pero ahora es domingo, estoy mirando fútbol, me acosté a las siete de la mañana, me levanté a las once y media para ir a comer con la familia, y volví hace un rato, fisurado, sólo ganas de estar en casa, clavar en el sillón y estar solo.

Pero tengo que aceptar que en el momento no le dije nada. O sea. Le acepté que vi un par de veces a una piba, pero que nada. Y que si me gustaba o no era mi problema. Y si era la única o una de tantas con las que puedo estar también es cosa mía. O sea. Me defendí, no cedí en eso. Pero en un momento me agarró la cara con las manos, ahí en el bar, una mano a cada lado de la cara y me miró. Me miró y me besó. Me dijo algunas cosas que si escribo quedan muy mal, muy de lugar común, de frase hecha, pero que en el momento me quebraron un poco. No es eso solo. Fueron las manos en la cara, su mirada, y que me dio un beso suave. Ese momento en que no se sabe cómo llegamos acá. Qué pasó en el medio. Cómo se pasó de estar bien a mal. Y de mal a darnos cuenta que juntos no. Cómo hace años nos dimos un beso muy parecido en un bar para empezar la cosa. Cómo un desconocido se vuelve importante. Se vuelve todo. Sos todo, ponía en un mail hace muchos años. Y ahora era como uno de esos mambos de algo que querés que baje para irte a dormir, dejar se enroscarte con eso que pegó más de lo que esperabas, que con unas horas de sueño se pase todo, la sensación intoxicada, sucia, de cosa curtida, que llevás en todo el cuerpo.

Ella no tomó nada. Yo pagué mi café y nos fuimos. Le pedí que no hablemos durante un tiempo. Que yo ya no tenía qué decirle. Me puteó un poco. Dijo que puedo sentir eso porque estoy con otra. Le dije que no sé. No tenía energías ya para responderle. La saludé y me fui sin mirar hacia dónde se iba ella. Caminé varias cuadras, un rato largo, hasta después del mediodía.

2 comentarios:

Julia dijo...

Gataflorismo, Sonoman? Esos momentos son un fuckin laberinto.

ivana gonzález dijo...

uffff como te entiendo dijiste textualemente algo que me paso diciendo siempre digo que mis episodios "amorosos" son muy montaña rusa y eso es un bajón.felicitaciones por la fuerza de tomar decisiones sanas, me vendría bien contagiarme de eso jaja

un beso,
que personal me puse